(Crónica de Abril 12 de 1981)
Cuando Armando
Manzanero conquistaba al mundo con su balada “Adoro”, un muchachito de escasos
17 años que se hacía llamar ADÁN LUNA se presentó en un centro nocturno de
Ciudad Juárez, su tierra natal, y le dijo al dueño: “yo quiero cantar y sé
cantar”. El propietario se pasó el grueso puro que fumaba de un lado a otro de
la boca y sonrió despectivo antes de decir que eso lo había escuchado muchas
veces y que le había costado sus buenos “del Águila” el hacerles caso a tantos
muchachos “que decían que podían”, y a la hora de la verdad resultaban como
los fríjoles que al primer hervor se arrugan.
Adán Luna le contestó
que con él “el brinco era más corto porque sabía cantar, y si no le gustaba al
propietario, pos me largo sin cobrarle un pesote”. Ante aquella decisión no
había más nada que hacer y Adán Luna actuó. Entonces se ganó al público según
reza la historia de aquella noche inolvidable para el cantautor más cotizado
hoy día en América. Y así como las desgracias no vienen solas, tampoco hay que
ser tan injustos y se debe admitir que los triunfos se encadenan. Casi
enseguida se le abrió camino porque obtuvo su primer contrato que fue en el centro nocturno “Malibú” cuyo
propietario Roberto Sapién también había tenido sus inquietudes de compositor
hasta cuando se decepcionó por completo y decidió que tener un grill era menos complicado y
muchísimo más productivo. Por ello accedió a contratar a aquel jovencito de la
guitarra que se hacía llamar Adrián Luna y le pagó la fabulosa suma de 10
dólares diarios. Hoy día podría decirse que hasta para cualquier profesional
veterano en nuestra patria diez dólares diarios sería un contrato no
despreciable. Pero si este chico había nacido en Ciudad Juárez y en Ciudad
Juárez mal que bien había triunfado, se estaba desvirtuando aquello de que
nadie es profeta en su tierra. No, se encargaba de explicar después el muchacho, y era muy cierto. Nacido en este pedazo de Chihuahua, de padres campesinos que
tenían que mantenerlo no solo a él sino a cinco bocas más, el hoy primera figura
de todos los hit parades de América hubiera tenido dificultades a no ser porque
el viejo Aguilera le gustaba también el canto.
Sí, porque el verdadero nombre de Juan Gabriel, al menos el cantante, es
ALBERTO AGUILERA VALADEZ y “lo de compositor e intérprete es algo que se trae
cuando se viene al mundo. Por eso yo nací cantante y compositor.”
Esa expresión la lanzó
una vez,cuando con solo 13 años de edad
compuso una canción para una velada escolar. Su tema “Tres claveles y un
rosal”, fue muy aplaudido, sobre todo por la circunstancia de ser “un
escuincle” el autor e intérprete. Vino entonces el deseo de provinciano, porque
como dijo una vez Luis Jordán Burgos, “todo provinciano es una mosquita que
quiere degustar el inmenso ponqué que es la capital.” Si se piensa así se triunfa seguro. Lo que ocurre es que hay
otros provincianos que no miran la capital como un ponqué delicioso aunque
gigantesco, sino como una enorme montaña que los aplastará. Esa fue la
impresión que tuvo Alberto Aguilera Valadez cuando todas las puertas en México
se le cerraron. Bueno “todas no,” aclara él. “Se cerraron las puertas de las
disqueras, pero subsistí gracias a que otras puertas, las de los amigos
capitalinos de los barrios humildes donde pululan las vecindades, esas siempre
estuvieron abiertas.” Pero llega un momento en que aun la convicción más firme
del propio valor flaquea. Llega un instante en que aún el optimismo más y mejor
cimentado se torna en oscuro pesimismo y aquellas teorías “que el hombre hace
su destino y que nada es imposible, que
todo lo que nos proponemos lo alcanzamos” dan ganas de decir “mamola” y
largarnos para cualquier parte olvidándonos de todo. Así le pasó al cantante y
una tarde cualquiera de un mes de Abril se apenó de recibir prácticamente la
caridad de los amigos mexicanos y enrumbó para otros lares. Llegó a Tijuana y
se internó por varios años en una Escuela Social por la única circunstancia que
el cura del lugar era muy amigo del famoso maestro Solares, de quien aspiraba a
recibir algunas instrucciones como en efecto las recibió, en los ratos libres
del profesor. Tenía entonces el problema de lo que en Colombia según la región
llamamos la papa o la yuca y que en México le llaman frijolitos, problema que
se resolvió cuando el Reverendo Juan Galeano, al saber que el muchachito
llamado Aguilera cantaba bastante bien, le dio alimentación a canje, por cantar
en los coros de la parroquia de Tijuana,
aunque algunos biógrafos dicen que fue en la Catedral. No obstante el futuro
número uno de la canción moderna de su país no había ido buscando eso. Estaba
como en una transición y allí muy cerca de la imagen del Todopoderoso empezó a
reencontrarse. Pero viene un episodio
que, aunque triste en su origen determinó con el tiempo uno de los más sonados
triunfos discómanos de Juan Gabriel. Es el tema: Yo no nací para amar. Sí, fue
a sus 16.Anhelaba tanto el amor…entonces fue cuando regresó a Ciudad Juárez a
reponerse de algo peor que los desengaños del disco: el dolor de un amor no
correspondido. Fue entonces cuando y por lo que decidió hacerse llamar Adán
Luna. Se le había metido entre ceja y ceja que su nombre no pegaba y se afianzó
en la idea, cuando, como ya queda relatado, haciéndose llamar Adán Luna
consiguió un contrato que le deparaba 10 dólares diarios y que le permitió
hacer sus “guardaditos” para tomarse la revancha.
Qué vas a buscar
nuevamente a México, le preguntaron sus amigos más íntimos y a continuación le
decían: “ya estuviste allá y todo fueron puras
pérdidas”. Pero Aguilera tenía una espina en el alma y estaba seguro
que, contrario a lo que decían todos sus paisanos que “a la tercera va la
vencida”, él podía triunfar en la segunda intentona. Tan pronto como los 10
dólares diarios ayudados por Cronos permitieron hacerse con pasaje y unos pesos
que le permitieran hospedarse decentemente sin recurrir a la mano tendida de
los amigos de las casas de vecindad, Aguilera reemprendió el camino a la
Capital. Lo pensó mucho en el trayecto y decidió que debía irse a la principal
disquera y a la más importante emisora. Nada de medianía ni de aquellos cuentos
que no solo en Barranquilla echan que: “te pago poco porque estás empezando
pero después, con tu clase, te tapas de plata.” Pero sucedió que algo
inesperado le haría cambiar de planes y la mano de Dios Todopoderoso le guiaría
por su verdadero camino, porque antes inclusive de instalarse vio un espacio de
televisión en el que se presentaban la Prieta Linda y el Mariachi Vargas de
Tecalitlán. Se fue entonces directo a Televicentro y, como había leído hacía
mucho tiempo que el verdadero nombre de La Prieta era Enriqueta Jiménez, por
ella preguntó. Cuando le dijo a la recepcionista que iba en busca de Enriqueta
Jiménez, la bella mexicanita dio un respingo y le dijo que en televisión no
había ninguna estrella con ese nombre “retefeo”. Aguilera dijo que era bueno
que se enterara, que Enriqueta Jiménez no era otra que La Prieta Linda, la
célebre cantante de rancheras.
“Y Ud. Cómo lo sabe?”
–“Pos, porque somos paisanos”. Con semejante audacia aunque nunca había visto
fuera de fotos y cine a la cantante, Aguilera consiguió entrada y a Enriqueta
le hizo mucha gracia “la puntada” y lo atendió muy bien. Tan bien le atendió que cuando el muchacho le
mostró su cartapacio, a ella le gustaron algunos temas y hasta los tarareó.
-“Cree Ud que se puede
hacer algo con estas canciones?”
-“No solo se puede,
sino que se van a grabar, mejor dicho: “yo, La Prieta Linda voy a grabar esta
en tiempo de ranchera”. Y tomando “No tengo dinero”, le invitó a ir a los
estudios de RCA Víctor. Después de los inevitables preámbulos que con todo y
padrino- en este caso madrina- se suceden con los cantantes nuevos, unos meses
después, en Junio de 1971 salió un sencillo con las canciones de Aguilera.”No
tengo dinero” y “La más querida”, en voz de La Prieta Linda. Un documento
fonográfico histórico es el que registra esa pasta Ref: 4972 en sencillo 45 en
el que aparece en el paréntesis del autor el nombre de Alberto Aguilera. Sería
entonces la misma Enriqueta, quien al saber que el muchacho quería interpretar
sus canciones porque ella le había dado la idea de inventar un género, la balada
ranchera, le insinuara que con ese nombre no iba a ninguna parte. –“Entonces me
haré llamar Adán Luna, con ese me fue bien en…”- “Voítelas!” La Prieta no lo
dejó concluir. “Adán Luna es nombre así como para vendedor de tacos y
enchiladas. Mira, ahora se usa un solo nombre, y a veces ni eso. Hay que
hallarlo y pronto”. Aguilera se acordó que entre sus hermanos había uno de
nombre Juan Gabriel que todos en Ciudad Juárez decían que era “rete de buenas”
y entonces dijo tímidamente:” Cómo quedará Juan Gabriel”.
De que quedó bien , no
hay duda, porque Juan Gabriel empezó a escalar posiciones y ya sin la tutela de
La Prieta Linda grabó en calidad de solista. “No tengo dinero”, “Por las
montañas”, Como amigos”, “Adiós siempre te vas”, “Siempre en mi mente” y “Siempre
estoy pensando en ti”. De allí en adelante, todo le ha sonreído al cantante
compositor, primera figura de la actualidad.
Hasta aquí la crónica
del maestro escrita como ya dije en 1981. Juan Gabriel consolidó su fructífera
carrera de tal manera que se ganó el título de “EL DIVO DE JUÁREZ” y
curiosamente pocos días antes de la partida del maestro, mi esposo, Álvaro Ruíz
Hernández, al escuchar a la distancia una canción del cantante, me volvió a
decir como en otras ocasiones: “Juan Gabriel, de los tres mejores compositores
de México: a la par de José Alfredo Jiménez y Cuco Sánchez.”
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