Ya
era llamado así cuando aquella lejana tarde de Junio del 62 mi compañero de
entonces el hoy finado Fernando Montilla, mencionaba contrariado por Emisoras
Unidas: “no llegó el falsete de oro”. Miguel no pudo abordar aquel avión
dejándonos con los crespos hechos y obligándonos a madrugar para irlo a esperar
de nuevo el siguiente día. Ya aquí, en la oficina de Dirección se comentaba
sobre la fortaleza del tequila. Montilla les decía que no le veía la cara a un
ron nuestro que era tan teso que entre otros nombres tenía el de “ron trompá”.
Miguel quiso probarlo y a fe que lo paladeó dejándonos con la duda porque no lo
descalificó pero tampoco ponderó las supuestas calidades que le atribuían los
que íbamos a transmitir su espectáculo. Y digo “transmitir” porque eso fue lo
que hicimos aquella noche Edgardo de Castro, Felo y yo, pues Miguel trajo su
presentador de cabecera y nunca mejor empleado el término porque era que
cabeceaba aquel mexicano cuyo nombre en verdad no supe nunca, y que parecía ser
él la estrella tal era la vitrina que se daba. El Estadio Municipal fue escenario
de lo que hizo Aceves esa noche: fue el primero en brindar a su público no solo un menú musical exquisito, sino además
con mucha satisfacción para todos en cuanto a cantidad, pues Miguel después de
unas cuatro o cinco canciones ya suficientes para lo que hacían todos los
artistas, se “echó” un mosaico de catorce temas que eran locura y que por
lógica consecuencia “sollaron” al público que colmó el glorioso estadio de la
72: “La cama de piedra”, “Mi derrota”, “Que
seas feliz”, “El jinete”, “Rogaciano”, “El crucifijo de piedra”, “Los Laureles”
y tantas canciones más con acompañamiento del Mariachi Latino con cuyo director
vivimos un pasaje. Antes les diré que Miguel hizo un poco después de su
actuación acá la grabación de la inmortal pieza de Elpidio Ramírez, “La
Malagueña” con la cual ganó un trofeo al mejor intérprete, que mantuvo 30 años
hasta cuando un “nueva generación” MANUEL MIJARES se lo arrebató y Miguel al
entregarlo dijo: “lo mantuve todo cuanto pude y le gané a los mejores, pero
todos los días paren las madres. Ten chamaco y que lo defiendas bien:” Bueno,
Mijares lleva ya más de veinte años y no lo ha perdido. Bueno, volvamos al
recuerdo. Al terminar el espectáculo, Edgardo de Castro que a la sazón era no
solo director artístico sino asistente de Gerencia organizó una atención para
Miguel y sus acompañantes y aceptaba sugerencias. Así mientras Montilla y el
también difunto Eduardo Rojas que había hecho el remoto hablaban con palabras
mayores de clubes y whiskies y orquestas, el falsete de pronto se acercó a mí y
me dijo: “órale cuate, dile a tus amigos que si de echarnos una se trata, pos
yo lo que quiero es “la chucha” esa que probé esta tarde en la radio. No me
quedó más remedio que decirle a Edgardo:
“oye flaco, este vergajo lo que quiere es arrempujarse unos rones blancos”. El
director organizó entonces el cuento. Recuerdo que Montilla tenía un Ford 52
color verde y Edgardo un wolkswagen, en el cual no quiso irse Miguel haciendo
mil bromas por aquella cucarachita que parecía carrito de maqueta.
Total,
Edgardo llevó al representante y al director del mariachi porque el “bollón”
del animador prefirió irse al hotel a cuidar su linda voz. Yo, comisionado para
conseguir “el gordo lobo”, rumbo al sitio escogido pasamos por la calle 36
carreras 37 y en una tienda me bajé y
compré tres litros de aquellas populares botellitas y fuimos a pagar descorche
de unas, porque los mexicanos se llevaron en su equipaje el resto. Ya en el
establecimiento indicado rodeado por algunas chicas que se volvían miel con el
falsete que entre otras cosas estaba todavía con su traje de charro, Miguel
Aceves Mejía se echó un trago que de una vez dejó la botellita casi mediada.
Pegó un grito, sacó la pistola y entonces comenzó a echar bala, de salva, claro
y se “armó el “arguende” como dicen ellos; llegó la policía pero todo quedó en
“gracia” porque era nada menos que “the man from México, MIGUEL ACEVES MEJÍA. Después en las
casi dos horas que estuvimos ahí, el director del mariachi se desapareció y
cuando volvió no era preciso ser un genio para saber dónde estaba y qué hacía,
lo cual no tendría nada digno de traer a cuento sino fuera porque el músico
olvidó en el camerino de la hembra unos papeles de importancia y a mí me tocó
en los días que siguieron irlos a reclamar, hacer las vueltas y lograr que le
llegasen al Distrito Federal. De todos modos formó parte de un recuerdo lindo
de uno de los cantantes folclóricos de más acogida. Un tiempo después un par de
oyentes facilitaron un 4x4 y uno de sus cortes “Tata Dios” trajo a mi memoria
aquella vivencia en que Miguel gritó también a su tierra natal. El sitio se
llamaba La Rosita y allí siendo niño Miguel presenció un horrible asesinato,
sufriendo un trauma que lo dejó mudo por un tiempo. En su pueblo se hubiera
quedado sin voz pero el jefe de la oficina de telégrafos donde trabajaba lo
hizo trasladarse al inmenso México meta de tantos y tantos sueños. Se enroló en
el elenco de La X como siguen llamando los
mexicanos a la gran emisora XEW hoy también TV Canal de las estrellas y
allí sin mayor trascendencia hacía rellenos con boleritos, romanzas y uno que
otro vals. Fueron 11 años de dura lucha, peripecias y necesidades y de pronto
en Febrero del 48 los artistas de la X hacen huelga y las directivas le dicen a
Miguel que podría ser estelar pero en el género ranchero. Aceves aceptó y lo
más suave que le dijeron sus compañeros fue “esquirol”; pero él siempre lo negó
porque no había roto ninguna huelga y no pertenecía a aquel sindicato, ya que
su permanencia en la X era como eventual.
Cuando todo se arregló ya Miguel había gustado con sus versiones de “Carabina 30
30”, “Hay unos ojos”, y una canción perdida que se llamó “La mancha”. Los
triunfos se sucedieron seguidos y ante los estilos vigoroso de Negrete y simpático de Infante,
con el arrollador de Tony Aguilar, Aceves entrena y perfecciona un falsete que
le había quedado de su percance vocal y lo usa como nadie lo había hecho. Llegó
al cine como él mismo decía: “aunque era chaparro y mal encarado” precisamente
por la gran aceptación de sus canciones con las que marca una época diferente
de la ranchera. Arozomena, un empleómano de los que nunca se sabe el nombre
porque como “lambón” siempre gusta de ser llamado por su apellido le contaba a
alguien por qué seguía saliendo al aire su programa cuyo protagonista estaba en
huelga: “ pues mano porque consiguieron un esquirol llamado Miguel que está
trabajando.” De su actuación en
Barranquilla se van a cumplir 54 años. De sus momentos estelares ya solo quedan
las grabaciones que hoy están en sitio preferente de la vieja guardia mexicana,
pero de su paso por el cancionero latinoamericano estará siempre presente su
personalidad, sus luchas y el valor material de la discografía que nos dejó.
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