Pero
hay que hacer puntualización porque podrían creer que nos ubicamos en las casas
del año de misiá escopeta cuando se mudaban los techos de enea cargando las
cuatro astillas y las paredes se tapaban con boñiga e vaca y tierra. O bien
pueden asumir que el pronombre demostrativo le cae a aquellas casas que eran
como unas fincas, que ocupaban hasta dos manzanas y empleaban un ejército de
servidumbre, como la de Alzamora que terminó siendo funeraria y hasta pa’ eso
fue grande. O la de Rodolfo Eckard que una picota criminal convirtió en unas
casitas de avispas. No, debe ser un término medio cuando ya los dueños se iban
inclinando por casas más pequeñas y aún así, tenían sala, antesala, comedor,
corredor, patio, cuatro cuartos, portón y portoncito: uno un cipote portalón de
madera forrado con zinc que se usaba no habiendo carro (automóvil) para el o
los dos carros de mula que se utilizaban o para los cuatro burros que por ahí
entraban y salían y la puertecita en que convertían las cajas de aire, una
entradita para llegar a la casa metiéndose sin que alguna visita inoportuna ,un
cobrador o algo parecido se diese cuenta que el tipo había llegado. Bueno esas casas
parecían como fabricadas en serie: un frente rectangular y sin atractivo, con
dos ventanas y una puerta de madera y con aberturas individuales en lo que era
la sala, y dos ventanas en los cuartos. Casas, ya de teja aunque malas,
quebradizas, de culatas empinadas, sin cielo raso, y la herencia de las casas
de paja: murciélagos guindando en el techo y telarañas en los rincones.
Invariablemente pintadas de blanco, con una franja roja o como en alarde de
originalidad, color ladrillo y las puertas verdes para prestarles el mayor
parecido posible a un cotorro. Eso sí; había algo en que la rivalidad no tenía
límites y uno hoy y desde mucho antes, veía con asombro el montón de cosas que cabían en una sala: eran los adornos que,
casa que se respetase debía tener en abundancia, finura, atractivo, tamaño,
precio y gusto para colocarlos. Bueno todo esto si podía llamarse buen gusto
clavar en lo alto de la pared frontal de la sala el retrato pintado al crayón
del dueño o la dueña, verdaderas realizaciones artísticas de los tipos que
alguna vez con foto agüita lo retrataron y que luego otros no menos ingeniosos
las dibujaron
debidamente ampliadas como en formas de semicírculos y cambiando los harapos que tenían años atrás por saco,
corbata, chaleco, y hasta reloj de bolsillo en los hombres y sustituyendo el
horrible sombrero de loca y las candongas y el cuello alto de las mujeres por
cabelleras sueltas, cejas a lo Greta Garbo, escotes atrevidos para la época y
camafeos en sus ebúrneos cuellos. Pero si hubiera sido eso todo; la pared que
separaba la sala del comedor tenía a lado y lado unos boquetes semicirculares
que después convirtieron en arcos amplios desapareciendo las puertas
intermedias. Bien, allí colocaban todo lo que Ud pueda imaginar: gatos grandes
de porcelana que hasta usaban corbatín rojo .Damas antiguas de distintas cortes
y de diferentes reyes, ballerinas en pleno pase, caballeros con pelucas
empolvadas, calzones bombachos, libreas y zapatos con hebillas. Del otro lado
estaba otra fauna y nunca mejor empleado el término: perros, leones, elefantes
con el acápite cabalístico que tenían que ser impajaritablemente tres: uno
comprado, otro regalado y el tercero robado. Y eso sí: todos con los jopazos
hacia la puerta de la calle porque si no, no servían. Ya con esto hubieran
bastado en estos tiempos para recluir a los dueños de casa en un asilo de
bipolares, pero no. Había más: las paredes no podían estar “peladas” so pena de
ser descalificado el amigo por mal gusto. En ellas estaba una foto de la
hermana mayor, el bollo de la casa, cuyo principal atractivo era un diente de
oro ante el cual el de Pedro Navaja era una simple calza chispita. Y la chica
luciendo la última moda. El permanente que dejaba el pelo como cualquier
palenquera porque decían que el cabello rizado era el último grito de la moda.
No les dije que eran “retratos iluminados”, porque aunque no había foto color
todavía, otro artista del género las pintaba con acuarelas y/ o lápices de
color. Pero el buen gusto llegaba hasta colocar debajo de esa foto tres o
cuatro almanaques de motivos más dispares: paisajes, chinos, palmeras y playas
y…qué carajo. Y vámonos para la mesa de centro porque ya es tiempo. Y esa era
en verdad la central de tanta bisutería ridícula. Allí en toda la mitad se
colocaba un tarro o recipiente de hierro
colado que contenía flores. Los primeros días eran naturales, pero como
cambiarlas era una labor hijuemadre, se optó por las flores artificiales que a
leguas se notaba que no tenían ni la n
de natural; es decir: nada. Allí había muñequitos de toda clase y tamaño,
cajitas de música cuyo sonido era el mismo en todas. En un tiempo los tapetes tejidos a mano, uno
para cada adornito, después reemplazados por los de tela y luego mimbre, y
pasando al plástico años después para su desaparición total. Allí había para
terminar simbólicamente porque se quedan muchas cosas, vasos y copas finas, que
rivalizaban con los floreros importados llamados “tangos” que se colocaban en
cada esquina de la sala, y las poteras en cuanto espacio libre hubiera. Cosas
como las relatadas no dejan de sembrarle a uno la inquietud que se renueva en
cada generación. Sí eran tan bellos y
distinguidos aquellos escenarios que eran las salas de las casas? Es natural
sobre todo cuando nos consta que el nivel cultural de muchos ricachones de
cuatro pesos no era ni el mínimo requerido para observar algo de etiqueta…qué
digo etiqueta, de URBANIDAD porque siendo niño nos tocó ver a varios señores
que comían descalzos después de haberse furucuteado los dedos de los pies. En esta
forma amigos ni todos aquellos adornitos de celuloide primero y de loza
después, ni todas las geishas y las sirenas que adornaban la mesa de centro, ni
los conejitos de felpa un poco ordinaria que su blancura disimulaba, ni las
escupideras de bronce y algunas con baño de oro que se colocaban al lado de
cada mueble de marquesita en la sala, ni todo aquel despliegue de ostentación
que no buscaba más que un lucimiento personal que nunca llegó, bastan hoy con
toda y las malas costumbres para descalificar aquellas personalidades. Y todo
ante la mirada avergonzada y el bajar de los ojos de quienes hemos osado muchas
veces en destacar lo pasado como lo mejor que ha habido y habrá. No. Como en
todo tiempo en todas partes y en todas las cosas, ha habido lo bueno y lo malo
y el pasado no era invencible “ningún campeón lo ha sido” y por lo tanto
aceptemos los vicarios recalcitrantes, que en nuestra época también se cocieron
habas.
Que vaina, esas personas nunca hubieran podido vivir en los apartamentos cajita de fosforo de hoy, donde primero hay que comprar el apto y despues lo demas que se acomode a las medidas, claro que tenian mucha vaina inoficiosa, segun su relato.
ResponderBorrarPienso exactamente lo mismo que Ud., aunque cuando el tiempo añeja por igual todos los vinos parecen gran cosecha, seguro que esos llamados cachivaches hoy enriquecen museos y establecimientos de antigüedades como piezas de incalculable valor.Gracias.
BorrarQue vaina, esas personas nunca hubieran podido vivir en los apartamentos cajita de fosforo de hoy, donde primero hay que comprar el apto y despues lo demas que se acomode a las medidas, claro que tenian mucha vaina inoficiosa, segun su relato.
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