Este documental sirvió de argumento para un programa de televisión que
con el título de “TECHO DE ESTRELLAS” fue nominado dos veces a Premio Nacional
Simón Bolívar en los años 80’s.
Es que eran algo especial. Por la mañana se buscaba la cartelera de
programación que aparecía en los periódicos o se preguntaba simplemente” qué
dan” hoy en tal parte, lo que Ud puede interpretar como el nombre de un cine de
barriada que variará según el sector en que Ud haya visto pasar aquellos
bonitos tiempos en que no existían los rosqueros de la televisión y cuando
empezaron a existir, uno maldito si les hacía caso. Zapatos embolados con
lápiz, la mejor pinta, una cajita de chiclets y cinco centavos de cigarrillos,
ese era el equipo para ir a las viejas “funciones” de aquellos tiempos. Ud
remirará extrañado “embolado con lápiz”, pero debe acordarse de que así le
decían los emboladores a la labor que hacían en los zapatos de moda con cerco
ancho y punteada gruesa que ellos enlucían con un lápiz blanco. Recuerdo cuando
“al pollo” Urdaneta le preguntó un embolador de La Bamba:” con lápiz cuadro?”-
Y “el pollo” que era la primera vez que pagaba un embolador, respondía
desconcertado:-“Eche, qué lápiz ni qué carajo! Con betún”. Aquellos cines sin
duda sustrajeron del vicio a mucha gente y ayudaron a que las generaciones
pasadas dejaran tradición gloriosa, porque la juventud se alejaba de las
cantinas para amontonarse en las taquillas de los teatros para ver el estreno
de turno. El tema es difícil por la cantidad de gente que agrupa y los muchos
sectores que hay que recorrer. Uno puede hablar del Alameda, El Victoria y El
Tropical o El Mogador sin peligro de omitir sectores; pero no sucede así por
ejemplo con El Coliseo, al cual casi nunca iba la gente de San Roque, como no
iba la gente del Paraíso a los teatros del barrio cuna de Barranquilla a no ser
que fueran como “la pinta de América” “el ojo hundío” o mi primo Alejandro “El
perico”, tres bacanes de aquellos tiempos que perrateadas las películas del
Rialto, El Caldas y el Astral iban al Lido. Las cantaletas de sus madres
primero y de sus mujeres después, terminaron por quitarles esa”birria”. En el
49 y 50 el ya citado Mogador no era
vecino del frente del Tropical; lo fue tiempo después y por lo tanto los chicos
de esos tiempos no lo tendrán en sus recuerdos y sí aparecerá en las
evocaciones de posteriores juventudes. Ahora bien: la cita de los salones de la
Calle de Las Vacas le hará decir a alguien:”y dónde me dejas al Boyacá?” y otro
más vicario (el término “cucho” es cachaco)mencionará al Polilla refutando que
solo El Alameda y Victoria, Rialto y Tropical tengan tradición en aquellos
pedazos, por lo que siendo tan difícil atenderlos a todos en una sola crónica,
me hace el favor de darse por aludido Ud igual que el teatro de sus
preferencias en el caso que no salga en la lista y evoque igual que nosotros
aquellos tiempos de los cines de antaño. El comportamiento en ellos variaba
según la personalidad del elemento o bien contribuía a revelar esa
personalidad, ya que Ud podía encontrarse en cine con el petulantico, azaroso y
bollón (el espantajopo de hoy), que iba con “chaqueta”mascando chiclets que era
un contento, y caminaba todo el teatro desde su entrada hasta el momento de
comenzar la primera película, porque las funciones eran dobles. Recorría los
pasillos entre hileras de bancas y llevaba un guiño de ojos y una mirada
conquistadora para las chicas que hallaba en su camino. Al final, todo sudado y
con la fatiga de quien ha metido chiclets y tirado guayo en cantidad, el
conquistador tenía que verse las películas de pie en un costado del salón o
sentado en un pésimo puesto de la entrada porque cuando iba a buscar sitio ya
el teatro estaba lleno. Había el que llegaba y de una vez se sentaba y empezaba
a mirar el telón rígido como corista
vallenato, sin parpadear y destapando al tacto la cajita de chiclets o la bolsita de maní que
compró a la entrada. El otro era su vecino que antes de sentarse iba al baño en
el inicio de una “meadera” que no cesaba en toda la noche y que luego se
lamentaba porque en el momento en que Fernando Fernández le zampó la mano a Linares Rivas, él estaba en el orinal.
El otro era el viejo hijuemadre que no perdía su maldita costumbre de usar
sombrero y que se nos clavaba adelante
impidiéndonos ver y protagonizando otra escena: la discusión con los
espectadores que le pedía se quitara esa vaina. El asunto a veces terminaba con el sombrero volando hacia
el telón y una cipote pelea entre el viejo y los tipos de la banca trasera. No
obstante, a ese no se le cogía tanta bronca, como al “malpa” que iba con una
vieja que debía ser su mamá a juzgar por lo maluca, y empezaba a contarle la
película y así el espectador vecino sabía que el pendejón amigo del detective
era quien mataba a “la garra de hierro” quitándole toda la gracia. La otra era
la vieja que iba con un peladito de brazos, vergajito que desde la entrada se
dormía para despertar en la mitad de la primera película y armar cipote lloradera
que desgraciaba a todos. Finalmente la parejita que no le”paraba bolas a nadie”
y que a pesar de las muchas veces que iba a cine nunca podía dar fe de cuál era
“El secreto del sacerdote” o lo que indicaba el retumbar de “Los tambores de
Fu-manchú”. Ah, y los Hps que se apostaban cerquita del telón y entre los
cuales estaba el de los estornudos sonoros, el del eructo volcánico, el del peo
explosivo, el del chiflido agudo y los que hacían también el conjunto más armonioso para
correrle la madre al operador cuando se robaba alguna escena, o cuando aparecía
un vidrio indicando que a alguien se le solicitaba en la puerta y ellos
gritaban:”Está cagando!”. Sin embargo el sábado era un ritual ir a cine en
aquellos tiempos juveniles con una tradición que iba de padres a hijos que le
dejaba a uno la costumbre del viejo, no ya para ir ver a J.J. Martínez Casado
en “María Elena”, pero sí a Rafael Baledón y Los Panchos en “Cuando el alba
llegue”. Y entre semana aquellas voladas para entrar clandestinamente por algún
medio, por ejemplo: el que se estilaba en La Bamba donde el portero dejaba
salir en el intermedio a cierta cantidad de clientes que iban a tomarse un
guarapo y que luego no verificaba el regreso, para nosotros con toda la
seriedad del caso, conteniendo los nervios, fumándonos una pava de cigarrillo
meternos “de paro” como decían “Cocacola”, “Eneas”, “El burro”, “Prensa” y
“Mantecado” que así llamaron aquella modalidad, la cual no nos resultaba en El
Rialto donde Racedo el administrador, que esa noche de Junio del 50 cumplía 33
años, casi nos hace meter presos. Estrenaban “Pelota de trapo” con Alfredo Di
Stefano y quisimos entrar con “el paro”; pero “Tongolele” que así apodábamos al
administrador, nos salió General y nada pudo convencerlo que éramos inocentes
espectadores que habíamos salido en el intermedio a tomar un guarapito. Y así
en “El Dorado” como en “El Boston”, en el
“Astral” y “El Caldas” como “El Buenos Aires”, “El Chiquinquirá” o “El
Ópera”, igual en “El San Carlos”, “El Maruja” y el “San Jorge”, en “El
Caribia”, “Bolívar”, “Bolivia”, y “Junior”, como en “El Paraíso”, “Amazonas”,
Ayacucho…en fin. En todos los cines las barras juveniles de distintos tiempos
dejaron sepultadas sus evocaciones. Pudo ser la jovencita ingenua que nunca
había salido con nadie o las “ damitas” que iban al “América” teatro ubicado en
pleno barrio Chino que en su estreno se dio el lujo de presentar “Ángeles de
arrabal” con Víctor Parra, Rodolfo Acosta, Juan Orol y otros cabrones del cine
azteca como un homenaje al personal asistente y que a la salida exclamó al
unísono: “ LÉGAL la película; LÉGAL”. Se
acabaron los salones de cine al aire libre; los tradicionales aquí mencionados
y muchos más que no cupieron (no fue olvido ni falta de ganas) dijeron adiós y
pasaron a formar en el pasado junto con otras cosas lindas que ya tampoco se
dan y son solo motivos hoy para suspirar emocionados por aquellos tiempos.
MAESTRO SE LE OLVIDO QUIEN GRITABA SACA LA MANO QUE SE PIERDE EL ANILLO
ResponderBorrarPereira: no se me olvidó; es que como dije nunca caben todos y este en particular era una horrorosa obscenidad que fue rechazada aun entre la gente de baja estofa. Cipote metáfora.
BorrarTodo tiempo pasado fue mejor?
ResponderBorrarO era mejor porque eramos jóvenes?
A pesar de la tecnología el cine no desaparecerá, hoy los cines son más cómodos y las películas con efectos especiales que en esa época nadie se hubiera imaginando, sin embargo los clásicos perdurarán
Y dónde los exhiben Duvan para irlos a ver? Porque si te refieres a los "curucuchos" esos de ciertos centros comerciales, con toda la "tecnología" que tú quieras no sirven pa' un carajo. Ni en horario ni en espacio ni en comodidad ni menos en programación. Se le saluda, cinéfilo.
BorrarExcelente
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